sábado, 4 de julio de 2015

Obelisco

Con pocas expectativas esperaba Verónica a Lin Gam.
Se había convencido de que este viaje también había sido en vano, nada de lo visto hasta ese momento anunciaba que algo sería diferente esta vez .

Afuera, a lo lejos, se veían las montañas blancas. “Si mira noroeste, Samargatha, la frente del cielo” le había informado en lamentable inglés el Sherpa apenas llegaron a Thyangboche dos días atrás, allí deberían esperar a que Lin Gam bajara desde su refugio en las altas cumbres para recibirla.
Supuso que esa ventana daba efectivamente al noroeste y que esa daga luminosa que se clavaba en el cielo era Samagata, Sarna-de-gata o como fuera que le dijeran allí: La frente del cielo, La madre del universo, El obelisco más grande del planeta...
Sería inquietante la coincidencia, si ese Lin Gam tenía lo que prometía...
Aún faltaban veinte minutos para verlo...Un suspiro en comparación a los cuatro años que le habían costado llegar a él. Claro que no había sido el único. Sería, sin duda, el último.
No más” se repitió mientras se reconfortaba con el recuerdo de los otros. Buenos recuerdos aunque ninguno lo lograra.
Este sería un buen final aunque, estaba segura, tampoco lo lograría.
Pero ninguno se había hecho desear tanto. Y esa abominable cantidad de erotismo no podía ser mala...

Lo hace solo dos veces por año” le dijeron cuando le hablaron de él por primera vez “Su lista de espera es muy, pero muy exclusiva. Es muy difícil de encontrar” le habían advertido y ella se había reído.
Ahora le divertía el recuerdo.“No era difícil llegar a él, sólo hay que venirse hasta el puto Himalaya para encontrarlo”
Y ella lo había hecho: Había pagado lo que había que pagar. Había esperado lo que había que esperar. Había caminado entre los picos más altos del mundo. Y había llegado a aquel monasterio remoto en aquel valle impenetrable, el lugar sagrado dónde moraba el prodigioso Lin Gam. “El hijo de Chomolungma” le llamaban o “La pequeña montaña” y también “La sorpresa”

¿Acaso habría pasado ya un minuto?¿Dos?¿Cinco? Se preguntó mirando nuevamente aquellas montañas que, si escucharan tal pregunta, se reirían de una preocupación tan mortal.
Ella era impaciente, pero también era inteligente y la segunda cosa neutralizaba un poco (sólo un poco) la primera...Se tranquilizó, veinte minutos (dieciocho ahora, con suerte diecisiete) eran nada. Un suspiro.
¿Y cuatro años no habían sido un suspiro también? Cuatro años esperando este momento.
Diez años también lo habían sido.
Y Cuarenta y dos años, su vida...
Y ahora todo parecía desmoronarse. Desde la primera vez que había visto esas montañas, cierta sensación de incomodidad la había atacado y había crecido durante el escabroso camino hacia allí. Un hartazgo de todo. De todo aquello que dejaba atrás.
Ciertamente muy complicado, muy difícil de explicar.
Cansada de sí misma. De todo lo que había intentado demostrarse en aquella cruzada grotesca comenzada diez años atrás. ¿De dónde había salido?¿Cómo se había originado?
No lo recordó de inmediato. Pensó unos instantes y un detalle apareció en su mente: Algo alrededor de aquella fiesta de Catalina...
Sí, aquella pantagruélica fiesta con la que festejó su divorcio. Dónde todas lucían tan felices y despreocupadas.
Después del alcohol, de los boys y de las pastillas sólo habían quedado máscaras huecas. Dos meses después, Catalina se enpastillaba hasta la muerte. ¿Acaso no lo tenía todo? El dinero que le había sacado al marido, el piso, la casa de la playa. Era todavía una mujer hermosa. ¿Qué podía haberle faltado?¿Amor? ¿Hijos? Sólo treinta y seis años y ya no estaba. Había desaparecido como...
Como un suspiro en el aire.
¿Otra vez el suspiro? La intranquilizó el tema recurrente. La volatilidad. Lo efímero. Aquello era lo que asustaba. En aquel entonces se prometió que nada de eso le sucedería. Catalina siempre había sido débil; Ella, en cambio, era dura como las rocas de estas montañas. Y tampoco le faltaba nada. Éxito, dinero, lo que comunmente se llama “una buena posición” Y los hombres...Podía (tanto antes como ahora) tener al hombre que quisiera.
¿Y amor, hijos? Eso no era para ella...
¿Y entonces? ¿De dónde venía todo? Lúcida como era, no tardó mucho en descubrirlo. Todo venía del miedo a la muerte...

De repente se encontró deseando que Lin Gam todavía no apareciera. Necesitaba finalizar el breve repaso de sus últimos diez años. “Que cosa más escurridiza es el tiempo” pensó mientras su memoria retrocedía “Todos esos hombres, todas esas...cosas...Por un suspiro...”
¿Cuál había sido el mejor? Alphonse sin lugar a dudas fue el que más grande. Pero no el mejor. Demasiado brutal. Eso era demasiado para un ser humano... ¿Franco? Muy desaliñado ¿Gabriel? Muy afectado ¿David? Posiblemente gay ¿Stephen? Un verdadero cerdo (sólo por eso lo recordaba)Y tantos otros con nombres olvidados...
Nada del otro mundo, apenas unos tipos que la tenían grande. Se avergonzó y agradeció que nadie pudiera saber lo que pensaba “He pasado diez años de mi vida en busca de una polla”
Intentó buscar culpables y odió a Catalina por morirse. Pero se odiaba más a ella misma. No había nada dentro suyo, estaba hueca. Algo comenzó a acomodarse en su mente. “Diez años de mi vida buscando una polla, para llenar el vacío que llevo dentro”
Tal vez esa era la clave. Todos estamos vacíos por dentro, y cada uno llena su pequeño vacío con lo que quiere, o lo que puede.
Yo lleno mi huequito con penes gigantescos, otras se atiborran de comida o de hijos...O de su propio ego...Y los que no encuentran nada para meterse dentro se preocupan de lo de afuera y almacenan capa tras capa de maquillaje

En ningún momento había dejado de observar las montañas. Ahora entendía su poder. Cuando le dijeron que el miembro más grande de la tierra, habitaba a la sombra del monte Everest, descartó de inmediato la idea. Por ningún motivo haría semejante viaje a aquel lugar inhóspito.
El tiempo, y el vacío que crecía a su propia sombra, finalmente la trajeron. Y no había sido en vano después de todo. Sólo que ya no deseaba aquella gigantesca cosa dentro suyo...
Así, ocupada como estaba con sus pensamientos, no había notado la presencia del guía.
Los veinte minutos; Los cuatro, los diez, los cuarenta y dos años habían pasado...
Lin Gam la esperaba.

***

Lo que sucedió a continuación es muy difícil de describir.
El Sherpa condujo a Verónica a través de un laberinto. Estrechos pasillos y pequeños portales se sucedían uno detrás de otro y a medida que avanzaban, a Verónica le parecía que los portales se hacían cada vez más bajos. Pero no le importaba mucho ya, sólo se dejaba guiar. No se acostaría con Lin Gam, ya no era la misma. Pagaría lo que todavía debía y se marcharía: Una mujer nueva, diferente.
Finalmente llegaron a una puerta de no más de un metro de altura. El guía le indicó que debía entrar.
Sola.
Ningún hombre debía ver a Lin Gam...
Dentro de la habitación el calor se hizo insoportable, por lo que tuvo que quitarse una buena porción de los abrigos que cargaba. Era una sala amplia, con paredes cubiertas por pieles de un color marrón oscuro. El suelo se hundía ligeramente al pisarlo. No había una sola ventana pero, de alguna manera, una luz tenue iluminaba todo.
A pesar de lo exótico, de lo desconocido, se sintió a gusto allí, era un excelente lugar para hacer el amor pensó, aunque aquello no sucedería ya. Su libido estaba por los suelos. Pero la ansiedad había desaparecido y en su lugar una nueva paz, una paz largo tiempo olvidada, la inundaba.

Cuando sus ojos terminaron de habituarse a la nueva estancia lo descubrió, sentado inmóvil en uno de los ángulos de la habitación. “Verónica” dijo con dificultad. Su voz era como ella se la imaginaba. Tenue como las luces de la habitación. Suave como sus paredes. Dijo otras cosas después en su idioma que ella no comprendió y comenzó a acercarse lentamente.
En un principio pensó que se arrastraba hacia ella, pues aún no se había levantado, pero al acercarse lo vió con detalle y entonces sintió que se completaba el absurdo de toda esa historia. Ahora entendía por qué le decían “El hijo de Chomolungma” o “La pequeña montaña”. Sobre todo entendía por qué le decían “La sorpresa”, ya que no había otra forma de describirlo: Lin Gam medía entre setenta y setenta y cinco centímetros.

Un inmenso malentendido” Gritó hacia su interior vacío y el retumbar del eco la hizo estremecer. Lin Gam se había acercado hasta detenerse frente a ella, aunque sería mejor decir bajo ella. En todo ese lapso no había dejado de decir cosas que ella no comprendía, pero no solo debido a su total desconocimiento de aquel dialecto, sino a que su mente se deslizaba a la velocidad de la luz buscando explicaciones para todo aquello: Gregory no lo hubiera hecho a propósito. Sería toda una confusión. Los orientales siempre tomaban todo en un sentido tan espiritual...
Tenía que ser eso, este pequeñajo no podía tener lo que ella había estado buscando, a menos que escondiera una monstruosa verga enroscada completamente alrededor de su pequeño cuerpecito. Y ni siquiera esa opción tenía sentido ya...
Sin embargo, se repitió, no había sido todo en vano. Gregory también tendría su última paga. Ya nunca más necesitaría sus servicios de chulo. En todo caso le había conseguido algo mucho mejor. Paz.

Lin Gam había callado ahora. Ella lo notó porque no escuchar su voz la intranquilizaba. Vió que la estaba mirando, quizás estudiándola o quizás esperando una respuesta.
Verónica” dijo “Soy Verónica” repitió “estuve cuatro años esperando esto y todo fue un malentendido pero no me importa...Seguro que no entiendes nada de lo que digo, hombrecito, pero gracias”
Al escucharla Lin Gam sonrió. A ella le pareció que estaba esperando que dijera justamente aquellas palabras. Unos segundos después él continuó hablando.
Y esta vez ella sí que comenzó a entenderlo.
Sin dejar de hablar ni un segundo, su anfitrión encendió unos sahumerios, luego sacó de algún lado un pequeña cazo con té.
Hablaba de la montaña, de Samargatha, dirigiendo sus brazos hacia dónde, en teoría, debería estar Samargatha, la frente del cielo o Monte Everest como lo llamamos en Occidente.
Luego habló de sí mismo, Lin Gam. Contó de dónde venía, su historia, sus sufrimientos, el descubrimiento del poder que ejercía sobre las mujeres gracias a su poderosa virilidad. El la respetaría, sabía que para una occidental era difícil entender eso que él hacía, pero cada mujer que yacía a su lado se iba completamente complacida.

Dijimos que era difícil describir estos sucesos. Creo que es aún más difícil entenderlos. Sobre todo para un occidental, sobre todo si nunca se ha estado en Himalaya.

El lugar era acogedor. La compañía era grata. El té era excelente. Ella nunca se había sentido así y por primera vez sintió que no tenía que fingir. Que podía hablar con libertad. Entonces le contó a Lin Gam acerca de sus miedos, de aquella búsqueda tan estúpida de la se había arrepentido hasta hacía pocos minutos. Le contó de Catalina. De los otros. De que había pagado para llenar su vacio con sexo, con pedazos de carne y sangre. Y de cómo no había logrado llenarlo sino hacerlo más grande.
Lin Gam la dejó hablar, contemplándola en silencio y cuando ella terminó de sacar todas las palabras de su boca, la condujo hacía dónde la había esperado, en uno de los ángulos de la habitación. Allí había una gran cantidad de pieles amontonadas formando un pequeño lecho. Ella lo dejo hacer. No se sentía particularmente excitada, pero todo era tan agradable, tan perfecto...

Comprobó que el chino era un amante gentil y generoso. Cada caricia estaba precedida de un pequeño ritual y, a su vez, cada caricia era un ritual que precedía a un nuevo contacto, caricia,susurro, roce de un labio, revés de un dedo o palma de una mano.
Con estas artes fue desvistiéndola lentamente. Ella ya no presentaba ninguna voluntad. Sin embargo en su mente todavía no estaba preparada. Podía sentir a su cuerpo gritando. Su corazón palpitaba, su estómago se contraía, la piel de sus muslos se tensaba. El lo supo y tuvo que intensificar su trabajo sabiendo que pronto estaría lista.
Verónica, antes de caer en éxtasis, lo vió quitándose sus túnicas. Desnudo parecía todavía menos humano. Su figura era larga y fibrosa, cuando inspiraba profundo parecía que todo su cuerpo se inflamaba.
No lo vería ya de cuerpo entero. Y ni sus ojos ni el resto de sus sentidos podrían ayudarla. Lo que sentía, se iniciaba tras su cuello, luego se expandía a todos los rincones de su cuerpo. Su mente intentó una última vez tomar el control, explicarse aquello, pero no había respuestas ya del otro lado. Estaba completamente enajenada. Víctima y Verdugo. No habían conceptos, palabras, ideas, visiones ya.
Una de las últimas cosas que acudió a su ya desierta conciencia fue la certeza de que Lin Gam estaba o había estado susurrándole cochinadas al oído. ¿Cómo podía saber que eso la volvía loca? Luego creyó percibir que se despegaba de su oreja, que bajaba por su vientre y se posicionaba frente a sus piernas abiertas. Ahora susurraba pero de otra manera. Parecía estar recitando una pequeña oración o bendición. Ahora ella sentía que no aguantaba más, que lo necesitaba dentro. Lo último que pudo ver antes de que todo explotara fue su calva de buda penetrándola.







Luego hubo sucesiones inexplicables. Una foca chapoteando, un púrpura púrpura, tierra mojada en la boca, la mordida del león en su cuello de gacela, su salto al vacío desde una nube para herir a la tierra con su furia de rayo, un ojo, un talón, una lengua, un acento en la ú.









Lo que sucedió a continuación es imposible de describir.

lunes, 5 de mayo de 2014

primer Agon

Viernes. Once y cuarto del mediodía. Llegando a Corrientes y Medrano. Subirse a un colectivo en Capital durante una hora punta es lo más parecido a una dolorosa muerte lenta. Hace quince minutos que avanzamos metro a metro. El timbre suena para dejar bajar al enésimo pasajero que se decidió a caminar lo que le falta para su destino. Un asiento libre y cruzamos miradas con la mujer parada a mi derecha. Le hago saber con un gesto que no quiero sentarme pero ni me mira y se apresura a ganar la silla vacía.
En la vereda veo como la anciana con el andador de cuatro patas nos alcanza nuevamente. Hace tres cuadras que venimos al mismo ritmo y creo que lo sabe porque sonríe cada vez que pasa frente a nuestro querido 151 atrapado entre dos impasibles 168 y dos orgullosos 40. Moviéndonos en fila, paquidermicamente, hacia un cementerio secreto. Lo dicho. Muerte lenta y dolorosa y seguro que la viejita se ríe porque sabe que ella va a llegar primero.

- La cosa es cruzar Corrientes – dice una chica gordita a mi espalda – de ahí se despeja -
- Once debe ser una locura – le contesta un viejo con el Clarin bajo el brazo.
- Encima con el calor este... - se suma una vieja que a falta de otro dato fehaciente y desalentador sobre el tráfico se conforma con la reveladora información meteorológica – y dicen que mañana va a estar peor
- Y eso que es Junio – dice el viejo del Clarin.
- Y eso que es Junio – responde la vieja cerrando con autoridad su reporte del clima.

Junio y yo todavía sin trabajo. Esta entrevista también fue un fiasco. Un restaurant en pleno Palermo . Lindo lugar. Sueldo aceptable. Horario tolerable. Incluso podría soportar la infernal vuelta a casa.
El problema fue cuando la encargada leyó mi curriculum. Siempre les cambia la cara después de leerlo. Y ese sólo gesto me alcanza para saber que no me van a llamar aunque lo digan. La frase mágica es “Nos faltan algunas entrevistas”. Eso significa hasta siempre. Adiós. Chau Chau.

- ¿Sabés dónde para el 151 para Congreso? - fueron las últimas palabras que le dije a aquella mujer que jamás volveré a ver -
- Tres por Ravignani hasta Niceto Vega. Gracias por venir – fue su respuesta y la vuelta a los papeles. Pedidos. Curriculums. Menúes. Los encargados son personas muy atareadas.

El ruido del motor acelerando me trae de vuelta. Me agarro fuerte del manillar del asiento y la que recién se sentó me mira con cara de pocos amigos. Quizás he metido la mano muy al medio, quizás he invadido su espacio personal. Resopla y mira para afuera. Pasamos Corrientes como una exhalación y si tenemos que creer a la gordita a mi espalda el resto del camino es pan comido.
Pero no. La felicidad de perro sintiendo el viento en la cara se acaba a la cuadra, cuadra y media. Al principio uno, que no tiene una visión completa de lo que hay adelante, espera que sea un semáforo y que pronto volvamos a entrar en ritmo. Pero indescifrables fracciones de tiempo pasan y cuando se escucha el primer, tímido, bocinazo se sabe que estamos atascados de nuevo. La tipa sentada resopla de nuevo y de reojo, ficha si he movido la mano de SU asiento. La vieja meteoróloga balbucea cosas esperando que alguien comience una nueva conversación. No es ella de iniciar conversaciones de la nada. No sabría qué decir. Don Clarin la saca de su miseria, mientras muevo la mano media pulgada.

- Once debe ser un despelote también. Encima hoy habia manifestaciones...
- No hay derecho – se indigna la meteoróloga – aquí cualquiera hace lo que quiere...

- Un despelote... - se resigna el viejo que tiene cara de saber mucho de resignaciones y mira hacia afuera con tristeza. Ahora estamos frente a una pared llena de grafitis: “Almagro de mi vida” dice y al lado el escudito. “1911 – 2011” dice a la derecha “ 100 años de pasión”. En la última está dibujado Gardel con una bufanda azul, negra y blanca.

 - Si el zorzal viera los colores que le pintaron – dice en voz alta el viejo – se muere de nuevo. Todo el mundo sabe que era de la Academia – sigue mientras mira buscando alguien que corrobore esta verdad incuestionable. No me queda otra que afirmar en voz alta aunque, si debo ser honesto, si alguien me preguntaba de que equipo era hincha Gardel yo hubiera dicho que de San Lorenzo.

- Yo soy de los diablos rojos – sopa la vieja que se mete en todas sin saber que nadie ya dice los diablos rojos y remata con un – este año vamos bastante bien – lo que evidencia su total desconocimiento del fenómeno deportivo y social conocido como fulbo. “Van bien encaminados a la b” tengo ganas de decirle y veo que el viejo tambien, pero en cambio me guiña el ojo y me muestra el llaverito de Racing. La sentada resopla de nuevo y en eso el bondi arranca.

Pero esta vez algo cambia, lo puedo ver en la expresión de desconcierto del viejo primero, en la voz de la gordita que pregunta “¿No tiene que seguir derecho?” porque el colectivero ha doblado para el oeste en vez de seguir recto hasta Mitre. Y volamos porque estas calles estan semidesiertas, el asunto es qué hace el colectivero ¿Se volvió loco o...?

- A veces hacen esto - dice la vieja diabla roja - Rodean.
- Pero Mitre también debe estar colapsada – se impacienta la gordita que ha vuelto a la conversación después de unas rabiosas sesiones de wasap.

- No hay derecho... - reza de nuevo la señora mientras mira para mi lado a la mina sentada, imagino que envidiándo su privilegiada posición. Tener un asiento en un micro de Capital es viajar en primera clase, si señor.

La marcha del colectivo ha disminuido un poco ahora aunque nos seguimos moviendo, estamos entrando en Mitre (no me pregunten ya desde que calle) pero parece que el colectivero acertó con su estrategia, nos movemos, lento pero nos movemos. Ahi arriba todos miramos para adelante, algunos hasta contienen la respiración, el asunto es pasar Medrano y Mitre, el otro cuello de botella y ya sólo nos faltaría Once.
Finalmente cruzamos Medrano y vemos que una ambulancia, un auto y una moto ocupan más de la mitad de la calzada, en el piso hay un cuerpo tapado con una sábana. Eso señores, es un cuello de botella. Al pasar veo a los 168 todavía metidos en el atasco y tengo ganas de correr a abrazar al fercho. Alguien comienza timidamente un aplauso (en honor al colectivero)y varios lo siguen. El aplauso dura media cuadra, el tiempo que tardamos en detenernos de nuevo. Ya estamos en el campo magnético de Plaza Miserere y de aquí es inútil intentar escapar. Miro mi reloj
- Quince minutos no nos los saca nadie, pibe – me dice el viejo, casi en confianza. Lo bueno es que nos movemos, despacito, despacito. Vamos paralelos a las vías del Sarmiento, siguiendo nuestro propio riel de cemento. Cruzamos Mario Bravo, Billinghurst (donde casi pisamos a un par de ciclistas)Anchorena y Jaures a un ritmo casi soporífero. Yo voy viendo las vías pensando el choque del año pasado hasta que comienzo a ver fotos, incontables fotos, fotos que ya he visto antes, fotos con rostros a los que no puedo fijar en mi mente pero que en su conjunto disparan una idea, el recuerdo de una tragedia aún más terrible (Pero...¿Se pueden mesurar las tragedias? No. ¿Acaso no acabamos de pasar por una?)
Vuelvo a aquella noche, diez, once, doce años atrás y está intacta en mi memoria. Y uno hubiera querido que algo cambie, pero nada cambió. El resoplido de la mujer sentada me trae a este Once. Ahora resopla porque quiere que le dé lugar para bajar. Alguien toca el timbre, unos cuantos bajan, la gordita entre ellos sin dejar de teclear mensajes en su celular, la vieja se apresura a sentarse en el lugar que dejó la resopladora que allí abajo cruza entre los autos-babosas mientras se prende un faso. La sigo con la vista, con la primera calada se fuma medio cigarrillo. Un ciclista la esquiva y la veo lanzar una puteada con sentimiento. Todo en ella es oscuro.
De a poco entramos en Once. Todo allí camina, hasta la plaza que se mueve como un cienpies o mejor dicho como un milpies.
Alguien resopla y me doy cuenta que soy yo. El viejo me mira sin decir nada, aunque su mirada dice “ya sé” La vieja sentada me mira y asegura

- Cruzamos Pueyrredon y ya está – con un tono que bien podría ser el de mi mamá. En Once sube una diferente fauna. Caras largas y cansadas que se apresuran a adueñarse de los pocos asientos que han quedado libres. Una bolivianita se apresura a sentarse y le grita a su mamá, orgullosa para venga a sentarse en el pequeño trofeo que ha conseguido para ella. La boliviana se desploma en el asiento y se descalza ante la escandalizada mirada de Doña Diablesa Roja. En eso cruzamos Pueyrredon y la cosa se va limpiando. El colectivero pisa a fondo y el ruido del motor sienta bien. Me faltan dos paradas.

Ahora una.

Yo me bajo en Congreso.