martes, 21 de junio de 2011

Piedras vivas

Sandrita mastica el chicle con toda la boca; No solo con la muelas, siquiera con los dientes, mastica con la lengua, con los labios, con las encías seguramente aunque no puedan verse en acción desde fuera de su boca. Mueve todo su orificio bucal intentando hablar mientras mastica y uno piensa que está a punto de absorbernos.
Sandrita no conoce la vergüenza como la conocemos nosotros. Ella ha nacido avergonzada, humillada, pues es una princesa a la que se ha despojado de su corona. Es una reina que vive en sus dominios como una esclava: Subsistiendo con lo mínimo, tragandose la rabia como su madre le ha enseñado y como la madre de su madre le ha enseñado a ésta antes. Así ha sido educada y así educará a sus hijos, que serán de pura sangre inca como ella y a los cuales les enseñara a odiar a los descendientes de los conquistadores, ladrones que hace más de cinco siglos se apoderaron de algo que no es suyo.
Sandrita pertenece a una casta sagrada. Sandrita es descendiente directa de Manco Capac y de Mama Ocllo, hijos predilectos del sol, nacidos en las aguas sagradas del Titicaca; De Pachacutec, el gran conquistador y de Atahualpa, el último gran principe, engañado por los ladinos españoles que vinieron desde el otro lado del mar a conquistar, a saquear y a robar.

A Sandrita le han enseñado a odiar y a menospreciar a todo aquel que no es de pura sangre inca. Lo ha jurado una noche de luna nueva ante su madre y sus ancestros . Pero cada vez le cuesta más mantener ese juramento. A Sandrita (cuyo nombre incaico es Sachat’ika, flor silvestre) le gustan los hombres blancos...


Sandrita no le ha llevado los quesillos a Pastrami, Pastrami no ha podido recuperar su pava y yo no he podido volver a la quebrada en casi cinco meses. Obviamente que el viejo Pastrami me ha echado toda la culpa a mí. Lo intuí mientras subía a verlo después de mi desaparición y lo confirmé cuando sentí la primera piedra rozarme el hombro mientras me acercaba a su choza.
Pastrami cree que todo ha sido una gran confabulación en su contra, que Chamorro, Sandrita y yo hemos planeado el golpe de nuestras vidas a costa de una pava cuyo dudoso origen aún me planteo.
Obviamente me enteré de esto por medio de Sandrita, que ahora vive con Chamorro. Han ocurrido cambios en la quebrada desde la última vez que anduve por ahí. La quesillera se cansó de que Cecilio la use y se entregó a Chamorro. Cecilio se enojó aún más con el mundo y ya ni siquiera aparece por la quebrada. Algunos incluso dicen que se fue a otro lado o que es un fiambre juntando gusanos en su choza. Pero a nadie le importa mucho.
Por mi parte yo creo que las piedras que casi me arrancan la cabeza no las tiro un muerto ni cayeron del cielo. Y yo sé que a Cecilio le gusta el piedrazo.
- Bueno, está vivo...Y qué? - dice Sandrita sin dejar de mandibulear con tanta fuerza que asusta – Aquí tiene sus cien pesos – me dice mientrás me alcanza un fajito de billetitos de dos y cinco...¿Servirá de algo decirle que yo le había dado doscientos?




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