Con pocas expectativas esperaba Verónica a Lin Gam.
Se había convencido de que este viaje también había
sido en vano, nada de lo visto hasta ese momento anunciaba que algo
sería diferente esta vez .
Afuera, a lo lejos, se veían las montañas blancas. “Si
mira noroeste, Samargatha, la frente del cielo” le había
informado en lamentable inglés el Sherpa apenas llegaron a
Thyangboche dos días atrás, allí deberían esperar a que Lin Gam
bajara desde su refugio en las altas cumbres para recibirla.
Supuso que esa ventana daba efectivamente al noroeste y
que esa daga luminosa que se clavaba en el cielo era Samagata,
Sarna-de-gata o como fuera que le dijeran allí: La frente del cielo,
La madre del universo, El obelisco más grande del planeta...
Sería inquietante la coincidencia, si ese Lin Gam tenía
lo que prometía...
Aún faltaban veinte minutos para verlo...Un suspiro en
comparación a los cuatro años que le habían costado llegar a él.
Claro que no había sido el único. Sería, sin duda, el último.
“No más” se repitió mientras se
reconfortaba con el recuerdo de los otros. Buenos recuerdos aunque
ninguno lo lograra.
Este sería un buen final aunque, estaba segura, tampoco
lo lograría.
Pero ninguno se había hecho desear tanto. Y esa
abominable cantidad de erotismo no podía ser mala...
“Lo hace solo dos veces por año” le dijeron
cuando le hablaron de él por primera vez “Su lista de espera es
muy, pero muy exclusiva. Es muy difícil de encontrar” le
habían advertido y ella se había reído.
Ahora le divertía el recuerdo.“No era difícil
llegar a él, sólo hay que venirse hasta el puto Himalaya para
encontrarlo”
Y ella lo había hecho: Había pagado lo que había que
pagar. Había esperado lo que había que esperar. Había caminado
entre los picos más altos del mundo. Y había llegado a aquel
monasterio remoto en aquel valle impenetrable, el lugar sagrado
dónde moraba el prodigioso Lin Gam. “El hijo de Chomolungma”
le llamaban o “La pequeña montaña” y también “La
sorpresa”
¿Acaso habría pasado ya un minuto?¿Dos?¿Cinco? Se
preguntó mirando nuevamente aquellas montañas que, si escucharan
tal pregunta, se reirían de una preocupación tan mortal.
Ella era impaciente, pero también era inteligente y la
segunda cosa neutralizaba un poco (sólo un poco) la primera...Se
tranquilizó, veinte minutos (dieciocho ahora, con suerte diecisiete)
eran nada. Un suspiro.
¿Y cuatro años no habían sido un suspiro también?
Cuatro años esperando este momento.
Diez años también lo habían sido.
Y Cuarenta y dos años, su vida...
Y ahora todo parecía desmoronarse. Desde la primera vez
que había visto esas montañas, cierta sensación de incomodidad la
había atacado y había crecido durante el escabroso camino hacia
allí. Un hartazgo de todo. De todo aquello que dejaba atrás.
Ciertamente muy complicado, muy difícil de explicar.
Cansada de sí misma. De todo lo que había intentado
demostrarse en aquella cruzada grotesca comenzada diez años atrás.
¿De dónde había salido?¿Cómo se había originado?
No lo recordó de inmediato. Pensó unos instantes y un
detalle apareció en su mente: Algo alrededor de aquella fiesta de
Catalina...
Sí, aquella pantagruélica fiesta con la que festejó
su divorcio. Dónde todas lucían tan felices y despreocupadas.
Después del
alcohol, de los boys y de las pastillas sólo habían quedado
máscaras huecas. Dos meses después, Catalina se enpastillaba hasta
la muerte. ¿Acaso no lo tenía todo? El dinero que le había sacado
al marido, el piso, la casa de la playa. Era todavía una mujer
hermosa. ¿Qué podía haberle faltado?¿Amor? ¿Hijos? Sólo
treinta y seis años y ya no estaba. Había desaparecido como...
Como un suspiro en el aire.
¿Otra vez el suspiro? La intranquilizó el tema
recurrente. La volatilidad. Lo efímero. Aquello era lo que asustaba.
En aquel entonces se prometió que nada de eso le sucedería.
Catalina siempre había sido débil; Ella, en cambio, era dura como
las rocas de estas montañas. Y tampoco le faltaba nada. Éxito,
dinero, lo que comunmente se llama “una buena posición” Y
los hombres...Podía (tanto antes como ahora) tener al hombre que
quisiera.
¿Y amor, hijos? Eso no era para ella...
¿Y entonces? ¿De dónde venía todo? Lúcida como era,
no tardó mucho en descubrirlo. Todo venía del miedo a la muerte...
De repente se encontró deseando que Lin Gam todavía no
apareciera. Necesitaba finalizar el breve repaso de sus últimos diez
años. “Que cosa más escurridiza es el tiempo” pensó
mientras su memoria retrocedía “Todos esos hombres, todas
esas...cosas...Por un suspiro...”
¿Cuál había sido el mejor? Alphonse sin lugar a dudas
fue el que más grande. Pero no el mejor. Demasiado brutal. Eso era
demasiado para un ser humano... ¿Franco? Muy desaliñado ¿Gabriel?
Muy afectado ¿David? Posiblemente gay ¿Stephen? Un verdadero cerdo
(sólo por eso lo recordaba)Y tantos otros con nombres olvidados...
Nada del otro mundo, apenas unos tipos que la tenían
grande. Se avergonzó y agradeció que nadie pudiera saber lo que
pensaba “He pasado diez años de mi vida en busca de una polla”
Intentó buscar culpables y odió a Catalina por
morirse. Pero se odiaba más a ella misma. No había nada dentro
suyo, estaba hueca. Algo comenzó a acomodarse en su mente. “Diez
años de mi vida buscando una polla, para llenar el vacío que llevo
dentro”
Tal vez esa era la clave. Todos estamos vacíos por
dentro, y cada uno llena su pequeño vacío con lo que quiere, o lo
que puede.
“Yo lleno mi huequito con penes gigantescos, otras
se atiborran de comida o de hijos...O de su propio ego...Y los que no
encuentran nada para meterse dentro se preocupan de lo de afuera y
almacenan capa tras capa de maquillaje”
En ningún momento había dejado de observar las
montañas. Ahora entendía su poder. Cuando le dijeron que el miembro
más grande de la tierra, habitaba a la sombra del monte Everest,
descartó de inmediato la idea. Por ningún motivo haría semejante
viaje a aquel lugar inhóspito.
El tiempo, y el vacío que crecía a su propia
sombra, finalmente la trajeron.
Y no había sido en vano después de todo. Sólo que ya no deseaba
aquella gigantesca cosa dentro suyo...
Así, ocupada como estaba con sus pensamientos, no había
notado la presencia del guía.
Los veinte minutos; Los cuatro, los diez, los cuarenta y
dos años habían pasado...
Lin Gam la esperaba.
***
Lo que sucedió a continuación es muy difícil de
describir.
El Sherpa condujo a Verónica a través de un laberinto.
Estrechos pasillos y pequeños portales se sucedían uno detrás de
otro y a medida que avanzaban, a Verónica le parecía que los
portales se hacían cada vez más bajos. Pero no le importaba mucho
ya, sólo se dejaba guiar. No se acostaría con Lin Gam, ya no era la
misma. Pagaría lo que todavía debía y se marcharía: Una mujer
nueva, diferente.
Finalmente llegaron a una puerta de no más de un metro
de altura. El guía le indicó que debía entrar.
Sola.
Ningún hombre debía ver a Lin Gam...
Dentro de la habitación el calor se hizo insoportable,
por lo que tuvo que quitarse una buena porción de los abrigos que
cargaba. Era una sala amplia, con paredes cubiertas por pieles de un
color marrón oscuro. El suelo se hundía ligeramente al pisarlo. No
había una sola ventana pero, de alguna manera, una luz tenue
iluminaba todo.
A pesar de lo exótico, de lo desconocido, se sintió a
gusto allí, era un excelente lugar para hacer el amor pensó, aunque
aquello no sucedería ya. Su libido estaba por los suelos. Pero la
ansiedad había desaparecido y en su lugar una nueva paz, una paz
largo tiempo olvidada, la inundaba.
Cuando sus ojos terminaron de habituarse a la nueva
estancia lo descubrió, sentado inmóvil en uno de los ángulos de la
habitación. “Verónica” dijo con dificultad. Su voz era
como ella se la imaginaba. Tenue como las luces de la habitación.
Suave como sus paredes. Dijo otras cosas después en su idioma que
ella no comprendió y comenzó a acercarse lentamente.
En un principio pensó que se arrastraba hacia ella,
pues aún no se había levantado, pero al acercarse lo vió con
detalle y entonces sintió que se completaba el absurdo de toda esa
historia. Ahora entendía por qué le decían “El hijo de
Chomolungma” o “La pequeña montaña”. Sobre todo
entendía por qué le decían “La sorpresa”, ya que no
había otra forma de describirlo: Lin Gam medía entre setenta y
setenta y cinco centímetros.
“ Un inmenso malentendido” Gritó hacia su
interior vacío y el retumbar del eco la hizo estremecer. Lin Gam se
había acercado hasta detenerse frente a ella, aunque sería mejor
decir bajo ella. En todo ese lapso no había dejado de decir cosas
que ella no comprendía, pero no solo debido a su total
desconocimiento de aquel dialecto, sino a que su mente se deslizaba a
la velocidad de la luz buscando explicaciones para todo aquello:
Gregory no lo hubiera hecho a propósito. Sería toda una confusión.
Los orientales siempre tomaban todo en un sentido tan espiritual...
Tenía que ser eso, este pequeñajo no podía tener lo
que ella había estado buscando, a menos que escondiera una
monstruosa verga enroscada completamente alrededor de su pequeño
cuerpecito. Y ni siquiera esa opción tenía sentido ya...
Sin embargo, se repitió, no había sido todo en vano.
Gregory también tendría su última paga. Ya nunca más necesitaría
sus servicios de chulo. En todo caso le había conseguido algo mucho
mejor. Paz.
Lin Gam había callado ahora. Ella lo notó porque no
escuchar su voz la intranquilizaba. Vió que la estaba mirando,
quizás estudiándola o quizás esperando una respuesta.
“Verónica” dijo “Soy Verónica”
repitió “estuve cuatro años esperando esto y todo fue un
malentendido pero no me importa...Seguro que no entiendes nada de lo
que digo, hombrecito, pero gracias”
Al escucharla Lin Gam sonrió. A ella le pareció que
estaba esperando que dijera justamente aquellas palabras. Unos
segundos después él continuó hablando.
Y esta vez ella sí que comenzó a entenderlo.
Sin dejar de hablar ni un segundo, su anfitrión
encendió unos sahumerios, luego sacó de algún lado un pequeña
cazo con té.
Hablaba de la montaña, de Samargatha, dirigiendo sus
brazos hacia dónde, en teoría, debería estar Samargatha, la frente
del cielo o Monte Everest como lo llamamos en Occidente.
Luego habló de sí mismo, Lin Gam. Contó de dónde
venía, su historia, sus sufrimientos, el descubrimiento del poder
que ejercía sobre las mujeres gracias a su poderosa virilidad. El la
respetaría, sabía que para una occidental era difícil entender eso
que él hacía, pero cada mujer que yacía a su lado se iba
completamente complacida.
Dijimos que era difícil describir estos sucesos. Creo
que es aún más difícil entenderlos. Sobre todo para un occidental,
sobre todo si nunca se ha estado en Himalaya.
El lugar era acogedor. La compañía era grata. El té
era excelente. Ella nunca se había sentido así y por primera vez
sintió que no tenía que fingir. Que podía hablar con libertad.
Entonces le contó a Lin Gam acerca de sus miedos, de aquella
búsqueda tan estúpida de la se había arrepentido hasta hacía
pocos minutos. Le contó de Catalina. De los otros. De que había
pagado para llenar su vacio con sexo, con pedazos de carne y sangre.
Y de cómo no había logrado llenarlo sino hacerlo más grande.
Lin Gam la dejó hablar, contemplándola en silencio y
cuando ella terminó de sacar todas las palabras de su boca, la
condujo hacía dónde la había esperado, en uno de los ángulos de
la habitación. Allí había una gran cantidad de pieles amontonadas
formando un pequeño lecho. Ella lo dejo hacer. No se sentía
particularmente excitada, pero todo era tan agradable, tan
perfecto...
Comprobó que el chino era un amante gentil y generoso.
Cada caricia estaba precedida de un pequeño ritual y, a su vez, cada
caricia era un ritual que precedía a un nuevo contacto,
caricia,susurro, roce de un labio, revés de un dedo o palma de una
mano.
Con estas artes fue desvistiéndola lentamente. Ella ya
no presentaba ninguna voluntad. Sin embargo en su mente todavía no
estaba preparada. Podía sentir a su cuerpo gritando. Su corazón
palpitaba, su estómago se contraía, la piel de sus muslos se
tensaba. El lo supo y tuvo que intensificar su trabajo sabiendo que
pronto estaría lista.
Verónica, antes de caer en éxtasis, lo vió quitándose
sus túnicas. Desnudo parecía todavía menos humano. Su figura era
larga y fibrosa, cuando inspiraba profundo parecía que todo su
cuerpo se inflamaba.
No lo vería ya de cuerpo entero. Y ni sus ojos ni el
resto de sus sentidos podrían ayudarla. Lo que sentía, se iniciaba
tras su cuello, luego se expandía a todos los rincones de su cuerpo.
Su mente intentó una última vez tomar el control, explicarse
aquello, pero no había respuestas ya del otro lado. Estaba
completamente enajenada. Víctima y Verdugo. No habían conceptos,
palabras, ideas, visiones ya.
Una de las últimas cosas que acudió a su ya desierta
conciencia fue la certeza de que Lin Gam estaba o había estado
susurrándole cochinadas al oído. ¿Cómo podía saber que eso la
volvía loca? Luego creyó percibir que se despegaba de su oreja, que
bajaba por su vientre y se posicionaba frente a sus piernas abiertas.
Ahora susurraba pero de otra manera. Parecía estar recitando una
pequeña oración o bendición. Ahora ella sentía que no aguantaba
más, que lo necesitaba dentro. Lo último que pudo ver antes de que
todo explotara fue su calva de buda penetrándola.
Luego hubo sucesiones inexplicables. Una foca
chapoteando, un púrpura púrpura, tierra mojada en la boca, la
mordida del león en su cuello de gacela, su salto al vacío desde
una nube para herir a la tierra con su furia de rayo, un ojo, un
talón, una lengua, un acento en la ú.
Lo que sucedió a continuación es imposible de
describir.
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