martes, 26 de julio de 2011

viaje a beacon hill

“Maldita la hora en que se nos ocurrió” piensa María y yo sé que lo piensa porque cada vez me resulta más fácil leer a través de sus gestos, de sus miradas, de sus sonrisas y sus disgustos. Y yo también pienso lo mismo y nos miramos y sé que ella sabe que yo pienso lo mismo:

“Maldita sea la hora en que se nos ocurrió pasarnos de la parada. No bajar en Crimson Road y seguir en el bus para conocer un poco la ciudad y ahora vamos sin rumbo, o mejor dicho con rumbo desconocido y desde el piso de abajo el chofer grita en cada parada cosas que no entendemos ya sea porque su inglés es muy cerrado, ya sea porque va bastante borracho...”

Hace dos o tres paradas que Maria está asustada, lo sé porque siento su mano apretando fuerte mi mano, cosa que hace sólo cuando se sorprende o tiene miedo y ahora no hay nada que nos pueda sorprender pero sí atemorizar porque en cada parada suena el timbre y nadie está tocándolo(por lo menos no nosotros) y el chófer grita en cada parada algo hacia arriba, hacia nosotros, los únicos pasajeros que quedaron en el piso de arriba cuando se bajaron los dos coloraditos que parecían mellizos o gemelos, tomados de la mano caminaban que extraña es la gente aquí, verdaderamente extraña.

Y otra vez suena el timbre y con Maria ni siquiera nos miramos, pero ella aprieta más fuerte y a pesar de que cada vez duele más su apretón me gusta que se aferre a mí, porque sé que hace eso para sentir que no está sola y entonces yo no me siento solo. Pero el autobús se ha detenido pero sigue en marcha y otra vez suena el timbre y el chofer grita de nuevo (hacia arriba, se sabe que grita hacia arriba porque la dirección del sonido es evidentemente desde abajo hacia arriba y la parte de abajo retumba como si estuviera vacía) y no le contestamos durante unos segundos que se estiran tanto que pienso que tanto silencio podría hacer explotar el autobús entero pero finalmente arranca y con Maria ni nos miramos porque no queremos hablar de esto aunque no falta mucho para que me pregunté qué vamos a hacer, lo intuyo porque viene preparándose para hacerla y puedo sentirlo en la forma en que su piel se va tensando mientras mira hacia las casas (todas iguales) que vamos dejando atrás mientras zigzagueamos por las estrechas calles que suben hacia Beacon Hill, última parada según podemos ver en los carteles. Y a medida que nos internamos en aquel suburbio la pendiente se hace cada vez más pronunciada y los claros entre las casas más grandes, cada vez hay más vegetación y más oscuridad a pesar de que todavía no ha caído la noche (pero pronto lo hará) y yo intentó convencerme de que no hay nada de qué preocuparse acaso no estamos en el primer mundo? Acaso no estamos en uno de los países más civilizados del planeta? Y en eso estoy cuando todo al mismo tiempo se viene encima. El timbre suena, desatando la mano de Maria de mi mano que ahora me mira mientras mueve los labios preguntándome algo que no escucho pero que intuyo que es una pregunta acerca de cual va a ser nuestro curso de acción. Pero yo sólo tengo oídos para el piso de abajo desde dónde sé que vendrá el inentendible bramido del conductor.
Y antes del grito se escucha una vez más la chicharra pero esta vez parece que quien la toca no se ha limitado a apretar una sola vez sino que se ha colgado del timbre como si de eso dependiera su vida. Y acto seguido escuchamos al conductor putear con toda la amplitud de ingenio que su inteligencia le permite mientras nos miramos sin entender y Maria parece a punto de llorar (creo que si me pudiera ver yo también parecería a punto de llorar) pero pronto nos quedamos sin tiempo de contemplarnos porque escuchamos los pasos del conductor en la escalera, las puteadas siguen pero ya son para sí mismo, los pasos son secos y dubitativos, como si también estuviera en guardia, no sabiendo bien que se va a encontrar arriba.
Ahora el tiempo se estira de nuevo y parece que nunca va a terminar de subir aquellos doce , quizás quince escalones.

Su cabeza pelirroja asoma primero, sus pequeños ojos de cerdo lo siguen. Es un tipo robusto, pesado. Mentalmente reviso mis posibilidades y me doy un cincuenta por ciento si me muevo con rapidez. El problema es cómo sacar a Maria sin que resulte lastimada...
En ningún momento ha dejado de insultar por lo bajo...Ahora que lo tenemos más cerca podemos entender un poco más lo que dice, también podemos oler el hedor a Bitter que desprende. Afuera prácticamente ha oscurecido y las pocas casas que hay alrededor iluminan apenas un poco la negrura del incipiente bosque con pequeñas luces pálidas.

María intenta balbucear unas palabras en inglés para entablar una discusión civilizada con el chofer, pero este no parece muy interesado en entenderse. Tiene su mirada fija en mí y yo pienso en que un cerdo hambriento puede devorar los huesos de un hombre con facilidad. Ahora estoy seguro que todo depende de mi rapidez. Tengo dos, con suerte, tres golpes antes de que me pueda agarrar.
Por instinto nos hemos atrincherado en la parte trasera del bondi. Un error si me lo preguntan pero en esos momentos uno no tiene tiempo de pensar con claridad. Estoy a punto de saltarle a la yugular cuando escuchamos de nuevo la chicharra del timbre.

- Ves? Que no somos nosotros – le digo en español, estúpidamente, pero no parece importarle, Maria le repite lo mismo en inglés pero sigue acercándose lentamente, mirándome fijamente. Escuchamos el timbre una segunda vez y una tercera, ahora puedo escuchar los sollozos de María y cuando estoy a punto de lanzar mi ataque siento el brazo de Maria detenerme al tiempo que una brisa de aire fresco en la nuca.

- Por aquí – dice María que ha abierto una ventanilla de emergencia y me mira antes de saltar.

- Dale, mandate – le gritó y me giro para seguirla, la veo desaparecer hacia abajo y me mando detrás de ella al tiempo que escuchó al Chofer renovar las puteadas. 
Pero ya es demasiado tarde, estamos los dos afuera, los dos a salvo. Maria intenta volverse para decirle algo al chofer pero la arrastro y nos dirigimos calle abajo. Esta todo oscuro y se puede ver con claridad la gruesa silueta en el piso de arriba observándonos, escuchó una última vez el timbre, ya a lo lejos y me parece que también hay alguien en el piso de abajo, pero quizás sea sólo una sombra o mi imaginación, demasiado excitada por los últimos acontecimientos. Ahora lo importante es concentrarse en volver al centro de la ciudad lo antes posible porque es sabido que por aquellas colinas suelen vagar lobos al anochecer. Siento a Maria suspirar y a su mano tomar la mía con fuerza. La noche ha caído completamente sobre nosotros y muy lejos se puede oír algo que puede ser un aullido o el viento entre los árboles. Pero estamos tranquilos. Ya no tenemos miedo. Sabemos que no estamos solos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario