martes, 26 de julio de 2011

al desierto

Levantó los ojos al cielo, ya clareaba. La noche atroz terminaba, el día infernal acechaba.
No hay descanso en el desierto. Una brisa (la última) lo atravesó, causándole un escalofrío de placer.
El amanecer era la mejor hora para caminar. A pesar de la media noche caminada. A pesar del desierto. Y de la arena.

Hay una relación íntima y ancestral entre la arena y el tiempo. No hace falta sino hundir un pie en la arena caliente para saberlo. A veces pienso que el tiempo está hecho de arena. O viceversa. Y nosotros en el medio, seres de arena y tiempo. Perdidos en el inmenso desierto que es nuestra vida.
Por eso el mar, por eso.
Nos fascina y nos aterra.

A media mañana sintió que algo tapaba el siempre-sol-sobre-su-ser.
Levantó la cabeza.
Nada. Con cada paso avanzaba un paso. Y retrocedía miles de eras de la tierra.

¿Será posible que ni siquiera me mueva? Llevo caminando horas, días, eones.
Ni siquiera me muevo.
Así fue mi vida. Siempre hacia delante.
Avanzando.
Evolucionando.
O retrocediendo.
Hundiéndome.
Creyendo que me muevo. Que en verdad existe el movimiento hacia algún lado. Creyendo que mi vida es un desierto cuando es un grano de arena.

A media mañana bebió el último sorbo de agua.
La sintió.
Helada (aunque no lo estuviera) bajando por su garganta. Por su pecho seco. Por su corazón ya muerto. Y en su estómago vacío.

No pasó mucho hasta que cayó la primera.
Fresca y potente.
Inconfundible: Una gota helada sobre su frente.
Levantó la cabeza por enésima vez. Pero sólo vió el cielo brillante y el sol celeste.
Ni una sola nube.

Esperamos la lluvia. El hombre vive esperando la lluvia. Pero no aquel hombre atrapado por su medio, por sus límites y por sus responsabilidades.
Es el espíritu del hombre. 
Es el alma del hombre quién ama la lluvia.
En un día de lluvia el alma triunfa. Esperamos la lluvia como un milagro posible. Amamos la lluvia porque es agua.
Sin saberlo la amamos, porque intuimos que el agua nos salvará.
Tan parte de nuestra esencia…

Pronto lloverá. Mejor me apuro si no me quiero mojar.

No es bueno caminar en el desierto si no es con convicción. Él camina sin rumbo ya.
Ya no había agua en la cantimplora y pronto sería tarde: llovería. El cielo cada vez estaba más claro. Más celeste e impoluto.
El se apuraba.

Llegar antes de que se largue con todo.

Otra gota cayó sobre su hombro. Luego otra, que se deslizó por su mejilla. Otra en el revés de su mano. Y otra. Y otra y otra.
Levantó sus ojos una última vez.
Arriba, el sol le sonreía. El cielo celeste brillaba tanto que se venía blanco.
Entonces si se largó con todo.
Y comenzó a llover.


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