jueves, 21 de enero de 2010

pequeña comedia del arte

Lo que sabía sobre Pantaleón


A Joaquim Pantaleón lo conocí cuando comencé la carrera de Licenciatura en Letras en la Universidad Nacional de Córdoba.
Habíamos ingresado en el mismo año y durante esos primeros tiempos nos cruzábamos muy de vez en cuando:Formábamos parte del mismo microcosmos, es decir, frecuentábamos los mismos antros, compartíamos amigos o al menos, teníamos conocidos en común. Creo que incluso llegamos a estar en algunos grupos de estudio juntos.
En un principio no me pareció ni mejor ni peor que otros chicos de la carrera. Simplemente estaba allí: Alto, regordete y sonrosado, jugando constantemente con el brillante reloj de su muñeca, mirando siempre hacia los demás desde su pedestal...
En Letras se dice que segundo año es el colador y fue inevitable que a partir de tercero comenzara a compartir más tiempo cerca de él. Fue entonces cuando comencé a odiarlo.

Pero la dinámica de la universidad te obliga a relacionarte con personas con las que sabes que no tienes cosas en común. Y esa era mi relación con Joaquim. Me reventaban su pedantería, su soberbia frente a los demás. No tengo otra forma de describirlo que la siguiente: Se creía el rey del mundo.
Esta claro que no sólo había algo, sino mucho, de resentimiento en mi odio hacia él. El era rico, yo pobre. El vivía en un lujoso departamento cerca de la facultad y yo en una habitación roñosa a cuarenta minutos de autobús. El era amigo de todos, hablador, extrovertido y simpático. Yo un miserable flacucho narigón de escasa gracia. Y ni hablar de mujeres. Siempre aparecía con alguna nueva novia de arquitectura o de económicas que conocía en las fiestas de estudiantes, mientras yo me pajeaba en soledad y en silencio, aguantando la respiración para que no me escucharan los de la habitación de al lado.


En clase, le encantaba hacer gala de sus dotes de escritor. Intentaba por todos los medios que los profesores lo hicieran leer sus composiciones.
Constantemente hablaba de sus futuros libros: Hoy proclamaba que había escrito un nuevo cuento policial y se comparaba con Chesterton. Mañana traía un relato de terror, según él, al mas puro estilo Poe.
Y todos leíamos las fotocopias de sus cuentos. Algunos por curiosidad, otros porque, realmente creían que escribía bien. Y Otros como yo, para criticarlo con dureza y en secreto.
Y no. No escribía nada bien. Sus letras eran un perfecto reflejo de él: Grandilocuentes y absurdas. Intentaba trazar emociones humanas con palabras rebuscadas, buscaba dilucidar grandes misterios del universo a golpe de comparaciones forzadas. Cada frase era pretenciosa. Cada línea, vana y superficial.
A veces hablaba de sus expectativas literarias “He querido ser escritor desde que tengo uso de razón” contaba “No sé que haré cuando publique mi primer libro. Espero poder aguantar la emoción...” decía, creyendo ser uno de esos seres tremendamente sensibles, seres que no pueden llevar sobre sus hombros el peso de la crueldad de la vida...
Ya me había resignado a soportar pasivamente su presencia durante el resto de la carrera cuando, al promediar cuarto año, desapareció. Chicos un poco más cercanos a él comentaron que había tenido un problema familiar.
Voy a admitir que, en un acto despreciable, me alegré que nos dejara.
Pensé,ridículamente, “Karma”


Mi vida no mejoró con su partida. Los años siguieron su curso y cuando terminé la carrera, pensé en tomarme un tiempito para mi novela. Conseguí un trabajito de medio día y dediqué el otro medio a escribir.
Durante dos años luché; Luché con todas mis fuerzas contra las páginas en blanco. Yo sabía que tenía algo dentro. Creía que podía escribir algo fantástico... Pero aquello no venía. El pájaro maravilloso que yo esperaba... Las musas, le dicen algunos. La genialidad, otros.
Todo se iba por las cañerías cuando apareció una oportunidad: Cómo profesor de secundaria a jornada completa. No lo dudé. Supuse que mi gran novela seguiría allí, aguardando mi regreso; Podría retomarla una vez que me habituara a mis nuevos horarios...


Llevaba cinco años trabajando cómo profesor cuando leí sobre Joaquim en un suplemento de cultura. Todo un artículo dedicado a su primer libro. Lo catalogaban de joven promesa. Describían su prosa como “savia fresca”. El cronista auguraba un futuro brillante a este nuevo autor.
La novela se llamaba “Puentes sobre aguas turbulentas”. No sé si hace falta aclarar que salí disparado a comprarlo. Cerca de casa había una pequeña librería y no lo tenían, pero sabían de qué libro estaba hablando, ya habían preguntado un par de veces por el. Me dijeron que lo habían encargado para la próxima semana y, si deseaba, podía reservar uno.
Yo no podía esperar tanto. Esa misma tarde bajé a una de las librerías del centro. El libro no estaba en escaparate, pero supe que pronto lo estaría.
La contratapa rezaba “Un puente sobre aguas turbulentas es un canto de esperanza y de optimismo, una reflexión acerca del destino de la raza humana. Una obra que nos enseña que la redención está al alcance de cualquiera”
Lo leí en una tarde. Siendo amable puedo decir que el libro era una mierda, una copia mediocre de cualquiera de Coelho o de Bach. No demasiado diferente a sus escritos de nuestros tiempos en la UNC.
No pasó mucho tiempo hasta que entró en la lista de más vendidos.


Su éxito no me afectó tanto como esperaba, es más, tuvo un efecto opuesto: Durante unos meses el éxito de algo que yo consideraba tan mediocre hizo renacer mi pasión por escribir. Hacía tiempo que había dejado mi prospecto de novela y pensé que era un buen momento para retomarla. Pero mi ave seguía fugitiva...Y cada vez costaba más encender mi esperanza.
Fue durante aquella época cuando leí por primera vez algo de Arlequín. El libro se llamaba “Remolinos” y al terminar de leerlo debí aferrarme con fuerza a la silla (o sillón) dónde estaba sentado. Lo hice porque estaba convencido que, de no hacerlo, saldría volando hacia la estratósfera (o estratésfera según Arlequín). Pero ya llegaremos a ello...


Joaquim siguió publicando a razón de un libro cada dos años aproximadamente. Su segundo libro se llamó “Por debajo del océano inmóvil” y el tercero “Navegando a través de la tormenta”.
Yo compraba religiosamente cada libro que publicaba. No había perdido aquella vieja costumbre de destrozarlo con mis criticas, aunque sólo fuera ante mí mismo.
Me resigné a ver cómo la masa endiosaba, una vez más, la innegable mediocridad. No sería ni la primera ni la última vez que esto sucedería.
Lo más gracioso de todo es que, de alguna manera, yo era uno de sus más fieles seguidores. Cada vez que veía una nota sobre él en algún periódico. Cada vez que le hacían una entrevista en la televisión. Allí estaba yo, del otro lado. Supe que había tenido ciertos escarseos con una conocida actriz en Buzios. Que había sido invitado a tal ponencia sobre literatura en el DF o en Madrid. También me enteré que había fundado un taller para autores que quisieran pulir su arte.


Pasaron años y años y finalmente le dieron una cátedra en una muy prestigiosa Universidad, además del título que no pudo conseguir. Siguió sacando libros con frecuencia, todos del mismo tenor. Alguna vez lo acusaron de plagio y yo pensé que probablemente haya sido cierto. También se rumoreaba que los alumnos de sus talleres escribían para él pero nunca se probó. Supuse que eso, seguramente también era cierto.
Yo seguí con mis clases en escuelas secundarias. No tenía de qué quejarme. Me había casado, tenía dos hijas preciosas, un trabajo estable y una casa aceptable. También una botella de whisky para cuando quería olvidar y relajarme leyendo algo de la respetable biblioteca que había edificado en mi pequeña sala. Biblioteca dónde destacaban dos nombres: Joaquim Pantaleon y Arlequín.


Lo que no sabía sobre Arlequín

De Arlequim se podía saber poco y nada. Sus libros eran cofres sellados. No tenían nada a excepción de su contenido. Ni biografía, ni contratapa, ni información sobre la editorial. Obviamente tampoco había fotos. La única información externa al texto en sí era el año de publicación.
La primera novela suya que leí era del año 98, se llamaba “Remolinos” y cómo ya mencioné me dejó en un estado semicatatónico. ¿Es que era posible escribir así?
Me la había traído el padre de un alumno, horrorizado, creyendo que yo les había recomendado aquel “espantoso” libro. No me fui a la cama aquella noche hasta terminarlo. Con desesperación aguanté hasta volver a ver en clase al joven del libro. Avergonzado, me explicó que se lo habían dejado.
¿Quién?El amigo de un amigo. Hice una labor de investigador hasta que dí con la dueña del libro: La hermana de un amigo de un amigo del primer chico... Una chica rara, con pinta de gótica o algo por el estilo. Me dijo que había conseguido el libro en una manifestación estudiantil. Que lo estuvieron repartiendo un par de chicos quizás de una de esas agrupaciones marxistas o comunistas. Que seguramente en la facu de letras o de arte podía conseguir más copias.
Así que me dirigí a mi antigua facu. En el centro de estudiantes, alguien recordaba algo sobre aquellos libros. Sí que habían pedido permiso para repartirlos en la manifestación pero desde el centro no se había autorizado nada que no fuera propaganda del centro. Si habían repartido algo había sido por su propia cuenta.
Pensé que me encontraba en una calle sin salida cuando la del encargada recordó algo más. Al presentarse, el muchacho que había pedido el permiso le había dicho que trabajaba para una tienda de manuscritos antigüos de nombre “Verona” o “Venecia” o algo por el estilo.


Un comercio de esas características sólo podía estar en una de las perdidas galerías que quedaban más allá de la Colón. Dí varias vueltas por allí y no encontré ninguna Verona ni Venecia, pero sí una Bizancio.
Campanillas sonaron cuando entré. Un hombre mayor parecía esculpido detrás del mostrador. Me miró con desconfianza, reconociendo al instante que yo no era un coleccionista de antigüedades. Recién allí noté que la B de Bizancio formaba una suerte de antifaz. Eso no podía ser más que un pequeñísimo guiño. Un guiño hacia quién supiera entenderlo.
Fui directo al grano, le expliqué que buscaba información sobre un autor que se hacía llamar Arlequím. Que mis, por llamarlas de alguna manera, pesquisas me habían conducido a aquel lugar. Qué quería una copia de “Remolinos” y de cualquier otro libro que aquel autor hubiera publicado si era posible.
Me dijo que vendrían pocos” me contestó con una sonrisa “ pero que los que vendrían, vendrían con su expresión”
Le pregunté de que expresión estaba hablando.
De desesperación” contestó.


Pedro se llamaba el encargado. Tuvo que asegurarme dos o tres veces que no era Arlequím. Que ni siquiera lo conocía. Hacía dos o tres años lo había contactado por primera vez a través de su secretario para que actuara de distribuidor. Un muchacho robusto de cabellos claros. Era él quién le traía los libros y le indicaba las ocasiones en las que debía repartir algunos gratis. “Arlequin no debía darse a conocer, jamás. Si alguien preguntaba le podrás contar esto” dijo “ pero nada más”
Intenté sacarle más información, pero Pedro respetaba celosamente este acuerdo. “Los anticuarios poseemos un mercado muy acotado” me explicó “es difícil encontrar buenos clientes y cuando encontramos uno lo cuidamos como un tesoro. Pues bien, este señor Arlequin es mi mejor comprador. Y no es sólo por su poder adquisitivo, le aseguro que sabe valorar cada cosa que me compra. Un cliente como él es el sueño de cada vendedor de antigüedades. ¿Crees por un instante que voy a arriesgar todo eso con mi indiscreción?”
Comprendí que allí acababa mi investigación, pero no había sido en vano. Adquirí los tres primeros libros de Arlequín:“Barreras naturales” y “Silencio. Inmensidad” eran los dos primeros que había publicado. “Remolinos” era el tercero. También dejé mi número teléfonico para ser avisado cuando publicase su nueva novela, así era el procedimiento.
Me marché de allí con los libros en la mano. Feliz como un niño con un juguete nuevo.
***
Atribuí a una casualidad que, dos años más tarde, Pedro me llamara justo el día que en la televisión anunciaban el lanzamiento de la nueva obra de mi estimado Joaquim Pantaleón “La tierra es de los ángeles”
Aproveché el viaje al centro del día siguiente para adquirir ambos libros. Encontré a Pedro en su postura habitual. En la tienda, todo estaba exactamente cómo en mi anterior visita. Me sonrió al reconocerme “Buenas tardes, profesor” agregó.
El cuarto libro de Arlequim se llamaba “Desertores del Dios”. A esa altura me consideraba un conocedor de la obra de Arlequin y tenía ciertas expectativas que no fueron defraudadas en lo más mínimo. A medida que pasaban los libros creía ir entendiendo hacia dónde iba todo aquello. Cada libro a la vez que me hechizaba me alejaba. Sus obras me recordaban a la fascinación con la muerte. Eran terribles, inevitables.
Pero la revelación que tuve un par de días después me hizo darme cuenta de cuan equivocado había estado.
En realidad todo comenzó el día que compré los libros. Como un relámpago pasó por mi mente la idea de que ambos títulos se correspondían, se complementaban. “La tierra es de los ángeles, desertores del Dios”
Aquello no tenía sentido, así que dejé marcharse ese pensamiento cómo dejamos marchar miles de pensamientos e ideas que cruzan por nuestra mente cada día. Dos días después, no se de cómo ni por qué tuve otra ocurrencia que, a priori, no tenía sentido: Leer el libro de Joaquin y luego el de Arlequin.
Y allí estaba. Algo nuevo. Un tercer libro igual y diferente que surgía de las entrañas de la tierra o del mismo cielo o, aún mejor, del mismo infierno. Yo me había maravillado con Arlequin y ,sin saber por qué, había estado obsesionado con Pantaleón. Ahora se abrían mis ojos.
El efecto era genial. Nuevos sentidos aparecían ahora a mi vista. Cosas que no había terminado de entender en la lectura de Arlequin salían a la luz al contraponerlo con el libro de Joaquin. Y los libros de Pantaleón, que yo consideraba tan abyectos, mediocres y superficiales no eran sino un pedestal o una rémora que al situarlo junto a los libros de Arlequin, adquirían una nuevo brillo.
Corrí de nuevo, cómo aquella primera vez, hacía el resto de las obras de Arlequin y de Pantaleón. Comparé años de publicación y coincidían. Todas se complementaban.
“Un puente sobre aguas turbulentas” y“Barreras naturales” , “Por debajo del océano inmóvil” y “Silencio.Inmensidad” “Navegando a través de la tormenta” y “Remolinos”


Ese fin de semana me interné para leer la que creo es la obra más ambiciosa jamás escrita. Al terminar, maravillado,pensé en Joaquin y en su actitud de rey del mundo;Lo odié y lo idolatré sin poder determinar dónde empezaba una cosa y terminaba otra. Aquella era la obra total. Una obra que exigía una capacidad de exégesis casi imposible.
Pensé que podía llegar a suceder si nunca nadie se enteraba de esto. Entré en Pánico, existía la posibilidad de que yo fuera el único ser que conociera la verdadera naturaleza de su arte.
Imaginé razones por las que deseó mantener el secreto sobre lo que había hecho y no me costó demasiado. Hay miles.
Imaginé su mente, otro universo, más amplio y más perfecto que el nuestro.
Imaginé su muerte y todo aquello perdiéndose en la nada.
Imaginé mi muerte y temblé, entonces me apuré en dejar todo esto por escrito.
Sé que éste es mi legado:Dejar constancia del suyo...

5 comentarios:

  1. Excelente cuento, atrapante hasta el final y con una vuelta de turca muy, pero muy ingeniosa,

    Felicitaciones, muchas.

    ResponderEliminar
  2. es vuelta de tuerca, no de turca...

    ResponderEliminar
  3. gracias, recién leo esto, je, estoy poco acostumbrado a que alguien comente....

    ResponderEliminar
  4. gracias. un placer tener un comentario despues de tannnto tiempo en este blog tanto tiempo olvidado de la mano de dios...

    ResponderEliminar