Y están los que creen que son amos del
universo.
Que los hombres deberían venerar su
paso.
Que su presencia opaca la misma luz del
sol.
La historia está llena de ellos: De
los elegidos, de los poderosos, de los destinados a triunfar.
El del triunfador no es sino un rol, el
papel de la comedia que les toca representar. Un molde que vienen a
llenar porque les ha sido otorgado.
Cesare Luglio podía reclamar con todo
derecho su pertenencia al grupo de los elegidos; Soberbio y decidido
había llegado a ser quien era con mucho esfuerzo y pocos escrúpulos.
Hacia casi diecinueve años que gobernaba el pueblo con artes de
zorro y mano de hierro. Los hombres le guardaban el respeto que nace
del temor y del odio. Las mujeres, la admiración (tan secreta, tan
femenina) que se profesa al poderoso.
Tanto unos como otros deseaban, más
que nada en el mundo, verlo muerto.
El pueblo es sabio.
No le había sido fácil a Cesare
llegar al poder. Había tenido que agachar la cabeza. Había tenido
que ser paciente. Tolerar humillaciones y derrotas. Lamer culos
muchas veces y bajarse los pantalones muchas veces más.
Él comprendió pronto que la política
no es para hombres íntegros y menos aún para idealistas. La
política es una cloaca llena de ratas y quién más se arrastra más
progresa. Sólo hay que tener una cosa en claro; La oportunidad,
tarde o temprano, llega. Y cuando pasa frente a tus narices tienes
que pegarte a ella como una sanguijuela y dejarte la vida en ello.
¿Está de más decir que Cesare no
dejó pasar su chance?
Su primer cargo fue concejal de
infraestructura y desarrollo. Acertó en dos o tres proyectos y
fracasó en cuatro o cinco. Pero supo explotar sus triunfos y
minimizar sus errores y la gente se quedó con la imagen de una
eficacia que no tenía. De ahí todo fue para arriba. Dos años
después era elegido sindaco de aquel pequeño pueblito siciliano.
Una vez en el poder fue entretejiendo,
con la paciencia de la araña, los hilos que le permitieran
mantenerse en el poder. Usó sus influencias para favorecer los
negocios de unos y ganarse su subordinación. Con otros no fue tan
magnánimo, simplemente los ahogó para mantenerlos bajo su yugo.
Cuando finalizó su primer mandato
tenía al pueblo completo en sus manos. Se jactaba ante su séquito
de tener a cada ciudadano del pueblo en su puño (“Yo sé los
secretos de todos” proclamaba con desfachatez): Algunos le debían
dinero, otros favores, otros simplemente eran chantajeados (dicen las
malas lenguas que usó a su propia esposa como moneda de cambio)
Se jactaba también de que todas y cada
una de las mujeres del pueblo habían dormido en su lecho. A su
soberbia se le había sumado una arrogancia nacida de su dominio
absoluto sobre cada aspecto de la vida en aquel pueblo.
Los primeros años de su legislatura
estuvieron marcados por la corrupción pero también por el progreso.
Se adecentaron decenas de caminos comarcales y rurales, se restauró
la fachada de la Iglesia del venerado San Sebastiano, se modernizó
la red de aguas servidas, se construyeron cientos de kilómetros de
canales de riego, se construyó una terminal de autobuses e incluso
se llegó a considerar a Pettineo como posible sede de la feria anual
de agricultura de la provincia de Messina. Y todos sabían que detrás
de cada proyecto urbanístico estaba la mano recolectora de Cesare
que cobraba su diezmo.
Pero el pueblo aguantaba. La inmensa
prosperidad de Cesare significaba un pequeña prosperidad propia, la
vida nunca había sido tan buena en aquel pequeño rincón de la
Sicilia.
Sólo había que agachar la cabeza y
recoger las migas del amo.
Pasaron largos veranos y aún más
largos inviernos sin que nadie pudiera oponerse al reinado de Cesare
Luglio en Pettineo. Nadie al fin y al cabo tenía el valor de
enfrentarlo, pues quién quisiera hacerlo (sin importar el resultado)
debería sacrificarse en el intento.
Cobardes, al fin y al cabo. Quienes más
lo frecuentaban, adulaban, alababan eran quienes más lo aborrecían.
Cesare sabía muy bien esto pues si
algún don poseía (además de su sagacidad) era el de conocer a las
personas. Por esto era que trataba a todo el mundo como basura.
A todos excepto a uno.
Marco Velenoso se llamaba aquel joven
que había caído en gracia al gran Cesare. Se trataba del hijo de
una humilde costurera que había enviudado muy joven. Las lenguas
envenenadas del pueblo afirmaban que el alcalde era en realidad el
padre de Marco.
Y Marco era el hijo que Lucia, su
esposa, no había podido darle. Cuatro embarazos y cuatro bellas
señoritas, pero ningún hombrecito que perpetuara la dinastía.
Pero de eso no se hablaba en el pueblo:
Alguna vez un hombre había muerto por burlarse de aquello.
Gracias al padrinazgo de Cesare, Marco
pudo conseguir un préstamo en el banco para establecer una pequeña
zapatería.
Los rumores en el pueblo iban y venían:
Que el sindaco tarde o temprano aceptaría publicamente su
paternidad, que se hablaba de un puesto en el ayuntamiento para
Marco, incluso que tarde o temprano presentaría su postulación para
la comuna..
Lo que nadie, ni siquiera el propio
alcalde, sospechaba era que Marco también odiaba a Cesare. Y lo
aborrecia con más fuerza que nadie en el pueblo.
Marco no olvidaba las incontables
degradaciones a las que Cesare había sometido a su madre cuando él
era apenas un ragazzo. Las humillaciones a las que ella misma se
había rebajado con tal de traerle a su pequeño Marco un plato de
comida.
“Ninguna mujer me va a venir a
decir quién es hijo mío y quién no” le diría años más
tarde Cesare
“ pero si viene un hombre como tú
a decirme las cosas de frente, yo escucho”
A Marco nunca le
importaron los préstamos ni la envidia que los demás le profesaban
por ser el predilecto. El solo quería vengar el honor de su madre y
si pasaba tanto tiempo con su padre era para conocer cuales eran sus
puntos débiles.
Porque en efecto,
Cesare era el padre de Marco, pero nada de esto ya importaba.
+++
El asesinato fue un 15 de marzo.
Temprano en la mañana de lo que prometía ser uno de esos preciosos
días que anticipan la primavera. Como todos los días, Cesare se
dirigía a sus oficinas en el comuna cuando observó aquel grupo de
personas que formaban un semicírculo cortándole el paso. A lo lejos
no pudo identificar rostros pero la silueta del obeso teniente de
alcalde era inconfundible así como el alto talle del cornudo del
panadero (“ojala todo en su cuerpo fuera proporcional” le contaba
a Cesare la panadera mientras lo engañaba)
Cosas como esas no eran extrañas en el
pueblo, seguro que tenían quejas por la nueva racionalización de
los regadíos o, más probablemente, porque la concesión del nuevo
servicio de basura había ido a parar a un contratista de la
península - “Idiotas” se dijo Cesare “una banda de
maricones”. Pero no había terminado de pensar esto último
cuando un escalofrío se clavó en su estómago. Parecía que el
sonido se había marchado del mundo, no se escuchaban los ruidos
propios de la ciudad a esa hora, ni conversaciones alejándose o
acercándose, ni gritos de mujeres, ni un perro, ni un solo perro
ladraba...
Los hombres, porque eran algunos de los
más importantes hombres del pueblo, tampoco decían nada, sólo lo
miraban acercarse (porque él en ningún momento había dejado de
caminar, no era él un hombre que se detuviera ante nadie) inmóviles.
Fueron tres o cuatro segundos durante los cuales sólo se escucharon
sus pasos hasta que se plantó frente a ellos con la cabeza alta y el
desprecio en los ojos.
Fueron cuatro o cinco segundos más los
que estuvieron frente a frente en ese universo sordo que nadie tenía
el valor de romper (como si la estabilidad del tiempo dependía del
silencio conciliador)
Fueron las miradas las que marcaron la
jugada. Cesare los miraba, uno a uno, desafiante. Los ojos de los
hombres, en cambio, destilaban miedo y culpa.
Entonces fue Cesare Luglio:
- Qué está pasando aquí? –
preguntó, o mejor dicho dijo, o mejor dicho gritó, o mejor dicho
recitó.
Nadie contestó y el creyó que ya
tenía su partida ganada, entonces redobló la apuesta pues esa era
su única manera de jugar
- Qué está pasando aquí? Veo
mucha gente reunida y ningún hombre!! - repitió mientras miraba al
teniente de alcalde, al dueño del hotel “San Sebastiano”, al
panadero, al capo carabinieri...
Pero ninguno de ellos estaba destinado
a contestar. La respuesta vino de atrás y cuando reconocieron la
joven voz de Marco Velenoso todos se sintieron reconfortados. Y
Cesare supo que el dueño de esa voz era el único que podía hacer
algo y la mínima sensación en su oído hizo que sus rodillas
temblaran aunque nadie, nadie se daría cuenta de ello.
- Lo que pasa es que se acabó. Se
acabó todo – fueron las palabras que anticiparon lo que todos ya
sabían. Y mientras hablaba se acercaba para ponerse frente a su
padre con el puñal a la vista.
Y al parecer esa fue la señal que el
resto esperaba; Pues como tigres, todos mostraron sus dientes de
acero . Y Cesare supo que se había acabado, que se había acabado
todo y ni siquiera pensó cuando reconoció su vínculo frente a
todos aunque ya nada importaba:
- ¿Tu también, hijo mío?
Y los ojos de Marco parecían muertos
mientras su voz contestaba con espanto:
- Sobre todo yo, padre, sobre todo
yo...
El panadero fue el primero que se
abalanzó, llevaba años deseando clavarle los cuernos que Cesare le
había hecho crecer. Pero su puñalada llevaba tanto odio que no fue
precisa, además Cesare estaba prevenido y pudo cogerle la mano para
evitar que le diera de lleno.
Pero fue en vano, las aguas ya estaban
desatadas: El obeso teniente y el hotelero siguieron, perfectamente
alineados uno por cada costado. Cesare intentó hacerse pequeñito y
cerró los brazos que aún intentaban retener al panadero pero ambas
cuchilladas encontraron carne;la de la derecha la sintió chocar en
las costillas, la de la izquierda cavó profundo.
El dolor lo hizo retorcerse y su
sentido de supervivencia, retroceder varios pasos para buscar
protegerse la espalda contra un muro. Algo caliente se derramaba por
sus muslos ahora. .
Marco no se había movido de su lugar,
los demás comenzaban a rodearlo con los ojos pequeñitos como los de
los tiburones. El panadero atacó nuevamente y está vez su puñal
entró de pleno en el estómago. De allí en adelante ya no sentiría
dolor, no escuchó lo que le susurró el panadero pues sus sentidos
seguían con los ojos de Marco que ahora había comenzado a
acercarse.
Era el único hombre entre todos
aquellos espantapájaros, títeres, mierdas...
Vinieron más puñales y ya no pudo
precisar si dolían ni por dónde entraban. El tiempo ahora pasaba
tan lentamente, el celeste del cielo se apagaba, los hombres, las
casas y la tierra perdían su contorno, lo único que permanecía
completo era Marco Velenoso que se acercaba desde siempre y nunca
llegaba mientras él se derrumbaba desde las cimas del dolor ardiente
hacia el mar tibio de su propios fluidos que lo abrazaban, que lo
esperaban “Marcó” pensó y se sintió orgulloso “El
tiempo. Que lento es” pensó y revivió una noche de su lejano
Julio caluroso y unos delgados y suaves brazos de mujer en su cuello.
Marco seguía caminando hacia él envuelto por unos humos ya
descoloridos, por sonidos incesantes y caóticos que ahora copaban el
espacio mismo “el tiempo no se mueve, el tiempo es un engaño”
pensó y hubiera querido seguir pero Marco había llegado y ahora se
agachaba frente a él con la misma mirada con la que lo había
conocido, una mirada plena de tristeza y odio, y estiraba su mano
para cerrarle los ojos.
Deberías haber previsto que me iría a trabajar ahora. Volvere hoy de noche por este y por los primeros tres de aquellos. (Vi los números romanos)Sea
ResponderEliminarVolví. En serio que es un placer leer tus cosas. Varios políticos que conozco le prestaron su rostro al Cesare de tu cuento. Muchas gracias por compartir.
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