martes, 5 de octubre de 2010

In uterus

Sucedió cuando viajaba por las tierras de las mujeres con los ojos de sol.
Es una región amarilla. Árida y seca. De caminos desiertos. El sol brilla constantemente; Es probable que quienes viven en aquellas regiones jamás hayan visto una nube, es probable que ni siquiera tengan una palabra que las designe.
Asumo que allí tampoco existen otras palabras: Frondoso, Escalofríos, Ciudades...
Durante los dos años que me pasé errando a través de aquellas tierras apenas si ví vestigios de civilización en caserios derruidos que se acurrucuban cerca de las cada vez más escasas napas de agua.
Dicen que las mujeres de aquel inhóspito país tienen ojos de serpiente. Que, como la medusa del mito, sus miradas tienen tal poder que dejan congelado a quién las observa fijamente.
Y vaya si hay que tener poder para dejar congelado a alguien en un infierno como ése.

Pero no es fácil encontrarse con una mujer en aquellos lugares. En el tiempo que pasé allí sólo ví dos.
Recuerdo el nombre del pueblo y el nombre de la posada dónde las conocí: La Posada de los pájaros voladores. Recuerdo que era martes, que la luz del día brillaba demasiado para ser un martes y que había entrado en aquella posada con la garganta llena de polvo. Recuerdo que ordené la jarra más grande de cerveza Ocre y que en cambio me trajeron cerveza Plata. Recuerdo que no protesté, que me bebí la mitad en el primer trago y supo a gloria.
Por supuesto las recuerdo a ellas: sus rostros agrietados por el viento, sus cabellos duros como pastizales. Recuerdo sus cuerpos antes y después de las túnicas. Recuerdo, más que nada, sus ojos. Sus ojos centelleantes de aquel color indefinido. Lo que nunca he podido traer del fondo de mi memoria son sus nombres. Con el tiempo he llegado a la conclusión de que en verdad jamás los supe.
Las ví después de un largo rato sentado, una vez que mi sed y mi hambre se habían aplacado. Además de ellas habían dos viejos jugando a las cartas (Me pareció que jugaban al Enano Tuerto o quizás al Andariego) y un borracho durmiendo sobre sí mismo, roncando silábicamente, soñando felicidades lejanas. Nadie miraba a nadie, excepto ellas que, ahora lo notaba, me observaban en silencio.
Llevaban túnicas en varios tonos de verde con algún detalle en dorado o en naranja. Estaban tan cerca una de la otra que parecían ser una misma. Ví que una era mucho mayor, que seguramente eran madre e hija dejando pasar los días uno detrás de otro, esperando al marido, al padre que fue a aquella guerra (quizás a las guerras del cuerno rojo, quizás a las más antigüas guerras contra los hombres mudos) y que jamás volvería.
Primero me incomodó el hecho de que me miraran sin disimularlo, pero con el paso de los minutos la incomodidad se transformó en placidez y yo también comencé a mirarlas: observé los exquisitos detalles de sus túnicas, la armonía de todos sus tonos de verde, la forma en que cada color jugaba con las luces y con las sombras...
Lo que no podía alcanzar eran sus ojos, yo había escuchado las leyendas sobre las mujeres y sus ojos mágicos, pero a esa distancia sólo veía puntos indescifrables. Decidí que mi deber era ir a presentar mis respetos, ofrecerme para cualquier cosa que dos mujeres desvalidas pudieran necesitar en una tierra tan inhóspita. No importaba para qué; Solo necesitaba acercarme.
Sin embargo no pude moverme, por un instante cruzó a través de alguna de mis capas de conciencia la certeza de que había sido hechizado por ellas. Pero fue un instante y no me importó, aquel estado de placidez borraba todas mis necesidades, mis sufrimientos, mis deberes. Fue maravilloso sentirse un muñeco de arcilla en sus manos...
No sabría decir cuanto tiempo pasó hasta que la más pequeña se levantó para acercarse. Recién allí noté el humo que se elevaba desde el tabaco que en algún momento yo debía de haber encendido. Cuando aquella joven se detuvo delante mío pude por fin perderme en sus ojos amarillos. Creo que le sonreí pero no estoy seguro. Quizás yo sólo sonriera por dentro. Seguimos así un rato hasta que ella, sin pronunciar palabra, me toco la punta de la nariz con cada uno de sus dedos. Luego se los chupo y uno por uno los fue pasando por mis labios como si los pintara. Su saliva olía a curry. Sus dedos eran ásperos. Su boca, al contrario, se veía suave como la seda.
Siempre en silencio tomó mi mano y repitió el rito:Uno por uno, llevó mis dedos a mi boca, luego a la suya. Una vez finalizado esto regresó corriendo a dónde su madre la esperaba, ella le acarició la cabeza y luego le susurró algo al oído. La joven (debería tener como mucho quince años) la escuchaba con la cabeza baja y asentía constantemente.
Yo seguía sin entender nada y poco a poco comenzaba a darme cuenta que lo mejor sería que me fuera de allí lo más pronto posible. Pero mi curosidad (o su hechizo) era más fuerte. Le dí una onda calada al tabaco que seguía en mi mano y el picor en la garganta me causó un extraño placer. Creí que los viejos que jugaban en la otra mesa me observaban, los dos con medias sonrisas, los dos con las cartas en la mano. Algo como una descarga eléctrica me recorrió al darme cuenta de que ambos estaban ciegos.
Tres parpadeos después, ella estaba de vuelta, cosa que me alegró pues había comenzado a hechar de menos el intrincado dibujo que los verdes, los marrones y los ámbares formaban en torno a sus pupilas.
El ritual se reinició. Tomó el tabaco que yo (aún) sostenía y dejó caer la ceniza sobre la palma de su mano. Luego la deshizo formando círculos con su dedo corazón para, acto seguido, impregnar su índice con aquella misma ceniza. Todo daba vueltas, yo sentía que de mi cuerpo partían redes de luz hacia cada dirección posible comunicándome con cada ríncón, con cada ser (ya fuera hombre, animal, planta u espíritu) del universo.
En aquel momento su mirada se dirigió hacia su propio cuerpo (hacíendo que mi vista la siguiera, pues mis ojos iban hacia dónde fueran los de ella), hacia su pie izquierdo que, sutil, asomaba debajo de su túnica. Sus uñas, pintadas de un azul violento; Pequeñas argollitas en sus dedos.
Ni siquiera tuve tiempo de detenerme a contemplarlo, pues ella descubrió el resto de su pierna. Grácil y de un color bronce brillante: La perfección de la juventud.
Mi cabeza me advertía a los gritos del peligro. Por un momento pude despegar mis ojos de aquel espectáculo para observar a mi alrededor. Nadie se movía. Cada uno seguía en lo suyo. El encargado del local lavaba cacharros. Los viejos jugaban. El borracho dormía...
Volví a mi paraiso para ver como la joven trazaba una línea con la ceniza en su pierna. Una línea que comenzaba cerca de su rodilla y subía por la suave cara interna de su muslo para finalizar en aquel otro pequeño paraiso...
Entonces, un susurro en mi oreja:

-Te está cortejando – dijo la voz aterciopelada – te está reclamando como suyo. Y seria una gran deshonra para ella que tu no aceptarás el llamado.
Adiviné que era la otra mujer quién hablaba a mi espalda, quise confirmarlo pero mi cuerpo no me obedecía; Yo solo tenía ojos para aquel angel endemoniado que en ese preciso instante apoyaba su pie en mi rodilla.
El contacto fue brutal. Experimenté como mi corazón se detenía para luego comenzar a bombear con más fuerza toda la sangre posible hacia aquel rincón de mi cuerpo tanto tiempo olvidado.Tomé su pie entre mis manos y lo besé con pasión; Lo que en verdad deseaba era devorarlo.

-Ella quiere calmar tu hambre, viajero. Sólo tienes que acompañarnos – escuché de nuevo la voz de nuestra sabia madre. Yo estaba seguro que nada de lo que ellas hicieran me dañaria.
Nos dirigimos a unas escaleras que parecían ser de piedra. Las escaleras bajaban hacia una oscuridad completa y calurosa. Había un olor extraño que no pude identificar pero que nunca olvidaré. La joven me llevaba de la mano. La mayor apoyaba las suyas en mis hombros.
Durante ese breve lapso de oscuridad, liberado del embrujo de sus miradas, volví a desconfiar de aquellas brujas. Pero entendí que no podía echarme atrás. Deseaba a aquella muchacha y estaba dispuesto a lo que fuera por poseerla.
No tardamos mucho en llegar a un pequeña caverna iluminada con lámparas que parecían hechas con la piel de algun tipo de reptil. Creí escuchar el sonido de alguna corriente subterranea y pregunté algo al respecto pero nadie respondió. La madre, en cambio, me explicó para que me habían traído:

-Llevo tiempo esperando que alguien pueda librar a mi hija de este infierno. Necesito que desvirgues a mi hija, viajero. Para que ella pueda marcharse.

Mil cuestionamientos acudieron a mi mente, pero... ¿Es que tenía algún sentido preguntar algo a esa altura? No sabía qué hacer, qué decir, qué pensar...Madre e hija me miraban calladas, esperando mi respuesta supongo. Las palabras no acudían a mi boca, ahora mismo me cuesta encontrarlas...

- Que tengo que hacer – fue lo único que pude responder.
No me contestaron. La joven me llevó hacia una especie de lecho de paja. Hizo que me acostara y comenzó quitarme las ropas. Yo temblaba al mínimo roce de sus manos. A veces la madre le dirigía frases en su idioma y ella respondía asintiendo con la cabeza. Una vez que terminó conmigo, comenzó a desvestirse ella. Como suponía, iba desnuda bajo la túnica verde; No tardó nada en sentarse encima mio.
Forcejeamos un poco pero no hubo caso: Ella estaba rígida como una piedra y yo, idiotizado por lo onírico de la situación.
Comenzaba a desesperarme cuando nuestra gentil madre intervino para bien. Con un gesto casi imperceptible hizo que la joven se hiciera a un lado. Luego fue enseñandole, sobre mi cuerpo, las formas de satisfacer a un hombre. Cogió mi miembro y con mano firme fue primero acariciándolo, luego agitándolo y finalmente chupándolo. Una vez que lo consideró suficiente saltó sobre mí y con un rápido gesto acomodó sus partes sobre mis partes sin siquiera quitarse la túnica. Allí comenzó a hablarle nuevamente a su hija en aquel extraño idioma. Supuse que le explicaba como moverse, no siempre hacia arriba y hacia abajo, sino también hacia adelante y hacia atrás, hacia la derecha en círculos, en semicírculos, horizontal y verticalmente, acelerando y pausando en los momentos adecuados, a mover lo de afuera y lo de adentro de maneras diferentes, a reconocer cuando el hombre está a punto de dejar de ser útil, a esperar para que se recupere o a hacer que no se recupere si es preciso.
En ningún momento mostró la más mínima señal de estar disfrutando. Yo no era sino un instrumento, una herramienta de aprendizaje...
Una vez que terminó de explicar fue nuevamente el turno de la jovencita. Esta vez sí que pudo, con la colaboración de su madre, hacerme entrar dentro suyo. Ella si que sentía, gozaba, sufría de aquel dolor primigenio. Pero no dominaba la técnica y a los pocos segundos me derramaba en un orgasmo de casi cuatro años.
Pero ellas aún no habían terminado. Pacientemente esperaron a que estuviera listo de nuevo y todo volvió a empezar. Ahora fue la hija quién perfeccionó la destreza de sus manos y de sus labios en mi cuerpo.
Y otra vez: Arriba mío, dentro suyo. Ahora la madre le enseñaba cómo retrasar la partida del varón colocando un dedo en un lugar que, por pudor, no nombraré, un lugar sagrado para todo hombre. Creo que a esa altura ya las odiaba.

¿Alguna vez tuvieron la experiencia de ser enterrados vivos? Así fue como me sentí durante los días en los que me mantuvieron con ellas. No podría afirmar con certeza cuantas lunas pasaron durante mi cautiverio. Ni siquiera podía pensar en escapar pues mi voluntad me había abandonado.
Ellas se ocupaban de todo, me alimentaban y me aseaban a diario para que por las noches (o lo que yo asumía eran las noches) la madre pudiera enseñar a la hija las técnicas del amor sobre mi cuerpo. De todo aquello, lo que más me hacía sufrir era su completo desinterés por mis sensaciones. Nunca les importó si algo me dolía o me gustaba, si me causaba tedio o placer. No hay nada peor que tener sexo sin disfrutarlo. No tuve más orgasmos que el de la primera noche. Nuestra madre (maldita vieja arpía) sabía exactamente qué hacer para evitar que los tuviera...

Cuando finalmente me dejaron ir, lloré e imploré que no me abandonaran. No me imaginaba cómo haría para volver a caminar por el mundo exterior, cómo podría arreglármelas para tomar cualquier decisión, por mínima que fuera, cómo viviría sin la belleza de aquellos ojos de sol.

1 comentario:

  1. EXQUISITA DESCRIPCION, UN BELLO RELATO DON CECILIO.
    AGRADEZCO QUE HAYA TENIDO USTED LA BONDAD DE COMPARTIR ESTE CUENTO.
    AMO56

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